La costa pacífica de Colombia: Patrick Longmate, September 2019

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Entre el fin de mi intensivo curso intersemestral de español y el inicio de la universidad, tenía la oportunidad de ir de viaje con algunos amigos y experimentar la diversidad de Colombia.  Decidimos ir a la costa pacífica con el propósito de ver ballenas (¡una meta que logramos!), pero la salida resultó muy estimulante en otros niveles inesperados.

Después de un viaje de 15 horas en autobús desde Bogotá, llegamos al puerto pacífico grande de Buenaventura, donde una lancha rápida nos llevó al lejano pueblo costeño de Juanchaco. Desde allí, cogimos otra lanchita y llegamos a nuestro destino, una silenciosa aldea afro-colombiana situada entre el mar y la selva. Al llegar, lo que más me impresionó era la tranquilidad, la falta de turistas y el resplandor nostálgico de la puesta de sol sobre la playa arenosa y desierta.

Cuando nos encontramos con nuestro anfitrión, Alex, quien nos alojó en una choza de madera, le preguntó si había visto una película colombiana llamada ‘El vuelco del cangrejo,’ porque la había estudiado en mi universidad en Inglaterra y sabía que se ambientó en la costa pacífica. Por casualidad total, me contestó que la película se grabó en la aldea misma – que se conoce como “La Barra” –  y que él era sobrino del protagonista de la película, Cerebro. Ya que el filme se rodó con actores naturales, los habitantes de La Barra constituyeron un gran parte del “reparto,” así que decidí averiguar tanto que pudiera sobre la película y la comunidad misma.

Hablé con Yisela Álvarez, conocida como Lucía en la película. En ese entonces, tenía 11 años así que casi no la reconocí cuando me vendó una botella de agua en el kiosco porque ya ha cumplido 21 y estaba embarazada. Expresó una curiosa vergüenza hablando sobre su papel en la película, y una mirada esquiva cuando le pregunté si me podía sacar una foto con ella. Su timidez con la cámara y su reticencia sobre la película me sorprendió ya que había aparecido en la pantalla grande en festivales de cine desde Toronto hasta Berlín.

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En cambio, Cerebro – el tío de Alex – expresó un afán de contar la historia del rodaje del filme y un orgullo de su papel en la película, el que le dio la oportunidad de viajar a  Canadá y Brasil para los festivales de cine. A pesar de su papel protagonista en el filme, es conocido como “gente normal” en la aldea y sigue trabajando como mesero en un restaurante local, donde tuve el placer de probar un caldo de pescado de muerte.   57150_1047_imagen__

 

Miguel, un joven quien también aparece varias veces en el filme transmitió una indiferencia casual sobre la película y destacó que la película era nada más que la realidad cotidiana y la catalogó como un “documental.”

Hasta cierto punto estoy de acuerdo con su afirmación. De hecho, siento que “viví” la película durante mi estancia en La Barra, y en muchos niveles, me identificó como el forastero Daniel, un paisa que llega a La Barra e intenta integrarse con la comunidad. Desempeñé muchas actividades que Daniel también realizó en el filme: jugué fútbol en la playa con la comunidad; parché con los locales en torno a una fogata bajo las estrellas; exploré los manglares con nuestro anfitrión, Alex; me sumergí en el mar donde experimenté su curioso poder nostálgico y existencial; me perdí buscando el escurridizo y mítico Cerebro. Todo esto, estando sujeto al estruendo del reggaetón que resonaba por todo el pueblo desde parlantes gigantes.

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Aunque parezca insignificante mencionar el reggaetón, tiene una importancia social y política en La Barra. Es síntoma del paradojo del sopor – el “tiempo suspendido” que uno experimenta en la comarca – y la velocidad de la modernidad que la trastorna. En la película, el reggaetón, que se retumba por otro forastero, se convierte en el sonido hegemónico del lugar, chocando de manera incongruente con su paz y recordándonos del impacto del mundo exterior en La Barra. Según el director Óscar Ruiz Navia,  esto es un sinécdoque de la total violencia cotidiana que vive el pueblo autóctono y un mero ejemplo de los numerosos conflictos territoriales que ocurren entre vecinos en el país.  A pesar de que han vivido allá muchos años, los habitantes de La Barra todavía no tienen derecho oficial a su tierra.

Además pese a la abundancia de recursos naturales de la región, el pueblo está sometido a una crisis ecológica: cuando un local nos llevó a ver ballenas, había un numero incontable de peces muertos, intoxicados por la contaminación del mar y la industria de la orfebrería. Más chocante aún, el peninsular mismo donde se grabó la película ya se ha desaparecido por la subida del nivel del mar, lo que ha resultado en el desplazamiento de la comunidad autóctona. Entonces La Barra – un rincón olvidado del paraíso – se ha convertido en una heterotopía lacerada por una crisis social  y ambiental. Por eso Ruiz Navia justifica el ambiente “gris” y “melancólico” de su película.

Tal vez estos trastornos desencadenados por el mundo exterior explican el grado de frialdad de los locales de La Barra hacia los forasteros. Aunque el pueblo está agradecido por los beneficios económicos que traen los fuereños, reconoce que a veces dejan una huella “poco chévere.” Ruido, basura y el acaparamiento de recursos sirven como meros ejemplos.

Por fin, Yisela Álvarez (Lucía) rechazó mi propuesta de tomarse una foto conmigo, quizás un síntoma de la sospecha de este medio insidioso entre los locales. Al fin y al cabo, la fotografía refleja relaciones de poder entre el fotógrafo y el fotografiado: con mi deseo de sacar la foto, quería capturar La Barra como la veía por mi mirada, con mi lente de forastero. Esa foto reflejaría una visión “encuadrada” de La Barra, que no pertenecería a la realidad sino a mi realidad. De pronto por eso la película adopta una postura crítica de la fotografía:

[ Marcela]“Aquí no nos gusta que tomen fotos porque luego hacen plata con eso

y se olviden de La Barra.”

[Yaxaira] “Y además con la foto le hacen brujería a alguien…Tampoco me gusta que tomen foto, ni así de gente por fuera. ”

Para concluir, mi viaje a la costa pacífica fue muy enriquecedor, no solo porque experimenté la increíble belleza natural de la comarca, sino porque también  me percaté de la situación precaria de ciertas aldeas costeñas como La Barra. Agradezco a los habitantes de La Barra por darme la bienvenida con gusto y amistad y por hacerme saber los desafíos cotidianos que enfrentan. Mi experiencia me ha estimulado a desempeñar un proyecto de investigación sobre la película y la comunidad en el futuro.

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Colombia’s Pacific Coast WhatsApp Image 2019-08-02 at 06.46.00-3

Between the end of my intensive intersemester Spanish course and the start of university, I had the opportunity to travel with some friends and experience Colombia’s diversity.  We decided to travel to the pacific coast with the aim of seeing whales (which we did!) but the trip was also interesting on different, unexpected levels.

After a fifteen hour bus journey from Bogotá, we arrived at the large pacific port of Buenaventura, where we took a speedboat to the distant coastal town of Juanchaco. After another trip in a smaller motorboat we arrived at our destination, a quiet afro-Colombian village pinched between sea and jungle. Upon arrival, I was struck by the calm, the lack of tourists and the nostalgic glow of the setting sun against the sandy, deserted beach.

When we met our host, Alex, who put us up in a wooden hut, I thought I would ask him if he had seen a Colombian film called ‘El vuelco del cangrejo’(‘Crabtrap’) since I had studied it at university in Durham and knew that it had been filmed on the pacific coast. By complete chance, he told me that the film was shot in the very village in which we were staying – ‘La Barra’ – and that he was the nephew of the film’s protagonist, Cerebro. Given that the film was shot with non-professional actors, the inhabitants of La Barra constituted a large part of the ‘cast,’ and so I made it my aim to find out as much as I could about the film and the community itself by speaking with the locals.

I spoke with Yisela Álvarez, known as Lucía in the film.  Back then she was eleven, so I barely recognised her when she sold me a bottle of water in the village kiosk – now twenty-one and pregnant. She expressed a curious introversion when speaking about her role in the film and a timid look when I asked her if I could take a photo with her. Her shyness of the camera and her reticence about the film surprised me given that she had appeared on the big screen in film festivals from Toronto to Berlin.

On the other hand, Cerebro – Alex’s uncle – expressed an eagerness to tell the story of the film’s making, and a pride about his role in the movie, which gave him the opportunity to travel to Canada and Brazil for their film festivals. Despite his protagonist role in the film, Cerebro is simply known as a ‘normal bloke’ in the village and continues working as a waiter in a local restaurant where I had the pleasure to try a caldo de pescado(a fish soup) that was to die for.

Miguel, a young man who also appears on many occasions in the movie, conveyed a casual indifference about the film and emphasised that it was nothing more than the daily reality, interestingly referring to it as a ‘documentary.’

To a certain extent I agree with him. In fact, during my stay in La Barra I felt like I ‘lived’ the film and on many levels I identified with the outsider ‘Daniel,’ a paisawho arrives in La Barra and attempts to integrate into the community. I carried out many activities that Daniel also did in the film: I played football on the beach with the community; I chewed the fat with locals around a starlit fogata; I explored the mangroves with our host Alex; I submerged myself in the sea where I experienced it’s strange nostalgic and existential power; I got lost looking for the elusive and mythic Cerebro and I was subject to the relentless sound of reggaeteón which was blared throughout the whole village through massive speakers.

Although it might seem insignificant mentioning reggaetón, it has a social and political importance in la Barra. It outlines the paradox of the village’s repose – the ‘suspended time’ which one experiences in the region – and the speed of modernity which disturbs it.  In the film, reggaetón, which is blared by another outsider, becomes the hegemonic sound of the village, colliding incongruously with its calm and reminding us of the impact of the outside world upon La Barra. According to the director Óscar Ruiz Navia, the regaettón refrain is a synecdoche of the total violence that the autochthonous community lives on a daily basis and a mere example of the numerous territorial conflicts that occur in the country amongst neighbours. Despite the fact that they have lived there many years, the inhabitants of La Barra still lack the official rights to their land.

Moreover, despite the region’s abundance in natural resources, the village is undergoing an ecological crisis: when a local took us whale watching, there was what seemed like an infinite number of dead fish, killed by sea pollution and the gold making industry. More shocking still, the peninsular itself where the film was filmed has now disappeared, consumed by rising sea levels, resulting in the displacement of the indigenous community. La Barra – a forgotten corner of paradise – has become a heterotopia wounded by a social and environmental crisis. For this reason, Ruiz Navia justifies the ‘gray’ and ‘melancholic’ atmosphere of his film.

Perhaps these turmoils, triggered by the outside world, explain the locals’ degree of coldness towards outsiders. Although the village is grateful for the economic benefits that visitors bring, it recognises that sometimes they also leave a footprint that isn’t so great.  Noise, littering and the hoarding of resources serve as examples.

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In the end, Yisela Álvarez (Lucía), declined my proposal to take a photo with her, perhaps a symptom of the suspicion of this insidious medium amongst the locals. At the end of the day, photography is a reflection of power between photographer and photographed: with my desire to take the photo, I wanted to capture La Barra seen through my own eyes, through my outsider’s lens. The photo would inevitably reflect a ‘framed’ vision of La Barra, which, rather than  being a reflection of the reality, would be a reflection of myreality. Perhaps this is why the film adopts such a critical stance towards the medium of photography:

[Marcela] ‘Here we don’t like them taking photos because they use it to make money and then forget about La Barra.’

[Yaxaira] ‘What’s more they cast a spell on you with the photo…I don’t like them taking photos either, especially not by visitors.’

To conclude, my trip to the coast was extremely enriching, not only because I experienced the incredible natural beauty of the region, but also because it gave me an insight into the precarious situation of certain coastal villages like La Barra. I thank the inhabitants for welcoming me with friendship and for helping me appreciate better the daily challenges that they face. My experience has inspired me to carry out a research project on the film and the community in the near future.

 

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