Cómo España se ha hecho casi ingobernable: Matt Hattam, Spain – December 2016

Cómo España se ha hecho casi ingobernable

Acerca de seis mes después de mi llegada en España, para ser exacto, el 29 de octubre, y después de casi un año de un estancamiento político que condujo a más de diez meses de un gobierno provisional, Mariano Rajoy del Partido Popular (PP) prestó juramento para un segundo mandato. El PP ha comenzado así su trimestre como gobierno minoritario, después de que su rival principal, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), se abstuvo con una tercera elección general a la vuelta de la esquina.

Los que esperaban que el gobierno minoritario indique el final de la instabilidad política de los años pasados acabarán decepcionados: con el electorado aparentemente todavía descontento y con la continuación de asuntos vinculados al desempleo y a la corrupción, es posible que España sea el país más difícil de gobernar en Europa Occidental.

 

A punto de una tercera elección

Para entender la complejidad de la situación actual, es necesario observar las tendencias políticas en España desde el final de la dictadora franquista en el año 1978. Hasta las elecciones del 2015, dos partidos, el Partido Popular conservador y el PSOE izquierdista se habían turnado para gobernar el país. Este sistema bipartidista estable normalmente resultaban en una mayoría absoluta, y cuando ésta no era posible una se formaba una mayoría relativa sin mucha dificultad.

Sin embargo, los acontecimientos de los pasados doce meses han indicado un desafío al sistema tradicional, como nuevos partidos, especialmente Podemos y Ciudadnos, han adquirido importancia y dañado la popularidad de los dos partidos principales. Por un lado, se formó

el partido populista izquierdista Podemos en Marzo de 2014 después de las protestas contra la desigualdad y la corrupción y ha exigido la renegociación de las medidas de austeridad. Por otro lado hay Ciudadnos, un partido liberal-progresista, fundado en Cataluña pero firme luchador contra la independencia catalana y partidario de la integración europea.

En las elecciones del año pasado, el terreno ganado por estos dos partidos alternativos y otros estaba claro: mientras que el PP y el PSOE ganaron la mayoría de los escaños, los 69 de Podemos, los 40 de Ciudadnos, y los 28 de otros partidos significaron que una mayoría parlamentaria no se podía realizado sin coalición entre tres o cuatro partidos mayores. Después de algunos intentos sin éxito a una alianza entre los partidos principales, España tenía que disolver el Congreso y volver a celebrar elecciones por primera vez en 40 años. El resultado fue igual, logrando nada en la práctica salvo la confirmación de la testarudez y la incapacidad de los partidos principales españoles para negociar y hacer concesiones.

Ya que los partidos se negaban a cambiar su postura, y entre temores que una tercera elección ni siquiera alcanzaría una participación del 50%, finalmente se rindió el PSOE. La decisión del partido no era popular, con unos 30,000 miembros que renunciaron el día siguiente.

 

El electorado queda descontento

En verdad, está claro que la resolución no ha aplacado el descontento entre los electores principales, hecho que es apoyado por las encuestas recientes. En una encuesta llevada a cabo en diciembre por el Centro de Investigación Socióloga, el 74.3% de los preguntados describieron la situación política como ‘mala’ o ‘muy mala’. Igualmente preocupante es que el mero 4% de los preguntados pensaran que la situación se ha mejorado al final del punto muerto. Finalmente, el 88.9% de españoles pretendieron que la situación política fuera igual o peor que hace doce meses.

Estas estadísticas muestran que, mientras que los partidos principales por fin han conseguido negociar para poner fin al estancamiento, los votantes están notablemente insatisfechos con el resultado final. Los políticos no deben esperar un remedio rápido.

 

Problemas económicos vigentes

La razón principal del descontento continuo es la falta de salida del túnel para los que sufren más de la crisis económica española y las medidas de austeridad consecuentes.

El desempleo es uno problema para que una solución parece improbable en la nueva configuración política. Con una tasa del 22.1% en 2016, España tiene el índice de paro segundo más alto de Europa, sólo por detrás de Grecia. Esto es especialmente preocupante para los jóvenes, con un asombroso 46.2% de las personas menores de 25 años sin empleo, y el 22.6% de los españoles entre las edades de 15 y 19 que no cursan estudios ni tienen trabajo, un porcentaje que sólo superan Grecia y Italia. Se estima que más de 300,000 empresas se han desaparecido entre 2008 y 2014, con el resultado de una carencia de oportunidades entre los que entran en el mercado laboral por primera vez.

La solución propuesta por el gobierno, recortes de gastos públicos frecuentes (el gasto del estado de bienestar fue reducido en 12.3% entre 2011 y 2014), sólo sirve de incrementar el nivel de descontento. La falta considerable de puestos de trabajo, las reformas laborables y educativas, así como la percepción de que la clase gobernante sea incapaz, han llevado a protestas masivas en algunos sectores.

La corrupción también es una fuente persistente de cólera y enojo entre el electorado. Los escándalos de los años recientes han implicado los miembros más prominentes del PSOE y del PP y, a nivel más local, hay numerosos casos de corrupción en ayuntamientos, muchos de los que están vinculados a procedimientos de propiedad.

En pocas palabras, el índice de desocupación alta, las medidas severas de austeridad y numerosos testimonios de corrupción entre figuras importantes del gobierno han creado una mentalidad de ‘ellos y nosotros’ entre la población española, con un gran número sintiéndose desilusionado y mal representado por sus politicos.

Por supuesto que es exagerado afirmar que España es ingobernable, pero la política española pasa por su tiempo más tumultuoso desde sus primeras elecciones democráticas en 1982. A juzgar por la opinión pública y por el desempeño económico, la situación no lleva camino de mejorarse en un futuro cercano.

Mariano-Rajoy

Mariano-Rajoy

ENGLISH:

How Spain has become almost ungovernable

About 6 weeks into my time in Spain, 29th October to be precise, and following almost a year of political stalemate, leading to over ten months of a caretaker government, Mariano Rajoy of the conservative People’s Party (‘Partido Popular’ in Spanish, PP hereafter) was sworn in for a second mandate. The PP has hence now begun its term as a minority government, after their main rival, the Socialist Party (‘Partido Socialista Obrero Español’ in Spanish, PSOE hereafter), abstained with a third election in less than a year looming.

Those hoping that this new minority government will signify an end to the political instability of the past few years are likely to be disappointed: with the electorate seemingly still unhappy with their politicians and the continuation of issues related to unemployment and corruption, Spain may well be the most difficult country to govern in Western Europe.

 

On the brink of a third election

To understand the complexity of the situation, it is necessary to observe the political trends in Spain since the end of the Francoist dictatorship in 1978. Up until the elections in 2015, two Spanish parties, the conservative People’s Party (Partido Popular) and the more left-wing party PSOE had taken it in turns to run the country. This steady two-party system usually resulted in absolute majorities, and when this was not possible a relative majority was formed without much difficulty.

But the events of the past twelve months have signified a challenge to the traditional system, as new parties, especially Podemos and Ciudadnos, have gained prominence and damaged the popularity of the two main parties. On the one hand, left-wing populist party Podemos (literally ‘We can’) was formed in March 2014 in the aftermath of the protests against inequality and corruption and has called for a renegotiation of austerity measures. On the other are Ciudadnos (‘Citizens’), a liberal-progressive party, founded in Catalonia but a staunch opponent of Catalan independence and an advocate of European integration.

In the elections last winter, the gains made by these two parties and others was clear: whilst the PP and PSOE won the most seats, the 69 of Podemos, 40 of Ciudadnos, and 28 of other parties meant a majority could not be realised without a coalition between three or four big parties. Following failed attempts at alliances between the major parties, Spain faced the first dissolution of the Congress and rerun of the vote in forty years. The result was nearly identical, effectively achieving nothing but confirmation of the stubbornness and incapacity of Spain’s main parties to negotiate and make concessions.

With the positions remaining unchanged, and amidst fears that a third election might not even reach a turnout of 50%, the PSOE party finally conceded. The decision was not a popular one from the party, with 30,000 members resigning from the party the following day.

 

Electorate still unhappy

Indeed, it is clear that the resolution has not quelled the discontent among many voters, a fact backed up by recent polls. In a survey carried out in December by the Centre for Sociological Research, 74.3% of those questioned described the political situation as bad or very bad. Equally concerning is that a mere 4% of those surveyed thought the situation had improved at the end of this political deadlock. Finally, 88.9% of Spaniards claimed that the political situation was the same or worse compared to twelve months ago.

These stats suggest that, whilst the main political parties have finally managed to negotiate their way past a deadlock, the voters are visibly displeased with the final outcome. Politicians should not expect a quick-fix.

 

Ongoing economic problems

The main reason behind this continued discontent is the lack of light at the end of the tunnel for those suffering from Spain’s economic crisis and subsequent austerity measures.

Unemployment is one issue which seems likely to burden the new political set-up as much as it did the last. With a rate of 22.1% in 2016, Spain now has the second highest unemployment rate in the continent, behind only Greece. This is especially concerning for the nation’s youth, with a staggering 46.2% of under-25s out of work, and 22.6% of young Spaniards aged between 15 and 19 not in education nor employment, a percentage only exceeded by Greece and Italy. It is estimated that over 300,000 enterprises have disappeared in Spain between 2008 and 2014, leading to a lack of opportunities among those entering the job market for the first time.

The government’s solution- continuous cuts to public spending (spending on the welfare state was reduced by 12.3% between 2011 and 2014)- is only increasing the level of discontent. The massive lack of jobs, spending cuts, labour reforms and education reforms, as well as the perception that the ruling class are ineffective, has led to mas protests in some sectors.

Corruption has also been a persistent source of anger and annoyance among the electorate for many years. Scandals in recent years have involved the most prominent members of the PSOE and PP and, on a more local scale, there are numerous corruption cases in town halls, many of which are linked to property proceedings.

In short, high unemployment, harsh austerity measures and numerous accounts of corruption among prominent governmental figures has created an ‘us and them’ mentality among the Spanish population, with a large number feeling disillusioned and poorly represented by their politicians.

It is of course an exaggeration to declare Spain is ungovernable, but Spanish politics is nevertheless going through its most tumultuous period since its first democratic elections in 1982. Judging by public opinion and economic performance, it doesn’t look set to get any better in the near future.

 

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